Aquellos hombres de piel quebrantada y de olor a vino de garrafa, aquellos que nos dieron la bendición de ser nosotros los herederos de la historia, aquellos hombres que demostraron ser los pioneros de este mundo de la gente de abajo.
Eran años en que un alma caritativa tiraba terrones de azúcar por debajo de los faldones para aquellos muchachos animosos de la Puerta Osario o de la bahía de Triana para recargar calorías y enfilar el regreso de vuelta.
Son los momentos en que uno reflexiona y medita la historia que tiene nuestra Sevilla, nuestras cofradías y nuestras tradiciones, y llego a la conclusión de que todavía sigue habiendo gente que llevan estas tradiciones y formas que nunca se deben de perder.
Las tabernas, el olor a vino de garrafa, la copita de anís y siempre lo que pase debajo del faldón se quede allí.
Yo seguiré siendo hombre de taberna...
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