EL PUENTE DE BARCAS

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jueves, 12 de agosto de 2010

ESTO SE LLAMA...SEVILLA


Sevilla es una ciudad en la que desde muy antiguo el valor estético de sus fiestas religiosas fue cantado por propios y extraños. La fama de la Pasión, según Sevilla, corría ya por el extranjero en el siglo XVI. Gran parte de las cofradías actuales se crearon en este siglo. Siendo una exuberante muestra de la religiosidad popular de la época, no podemos sino dar algunas pinceladas que nos acerquen al sentir de la gente.

En este tiempo, estamos asistiendo a un cambio de mentalidad en las cofradías, al origen de la cofradía de penitencia, la que hace estación en los días de Semana Santa, que aparece a finales del siglo XV y sobre todo en el XVI, cuando puede que aparezcan los disciplinantes. Las cofradías ya existían en los siglos XIII al XV, pero de este pasado, no conservan más que el nombre, pues la cofradía pasará a ser otra completamente distinta.

En la Edad Media, sólo se sacaban en procesión las reliquias, las imágenes lo hacen en el XVI, si bien es cierto, que en Sevilla existen procesiones en las que un Crucifijo es portado en mano. Así pudo ocurrir en la cofradía de la Vera Cruz, del convento de San Francisco, desde 1468 y en la del Santo Crucifijo, del convento de San Agustín, allí colocado en 1314.

Precisamente, estas dos son las cofradías más antiguas de Sevilla, (1) según afirma Sigüenza en su "Traslación de la Imagen de Nuestra Señora de los Reyes", del año 1579. Se puede afirmar que la primera cofradía es la de la Vera Cruz, que da culto a la reliquia de la Verdadera Cruz, reliquia que pudieron traer los franciscanos, fundadores de la cofradía. Carrero afirma que se fundó en 1380, pero el primer dato cierto es de 1448, año que presenta unas reglas que se aprobarán en 1501. Junto a estas, existieron otras pero de carácter gremial, que agrupaban a personas dedicadas a un mismo oficio y que solían tener por titular al santo patrono de su actividad.

El número de hermandades y cofradías de penitencia, de sangre, de luz y vela y de gloria, era crecidísimo en este siglo XVI. Doce mil cofrades de penitencia dice Sigüenza (op.cit. más arriba) que había en su tiempo, 1579; cifra que no llama la atención si se recuerda la de los fieles que asistieron a uno de los jubileos, que ascendió, según Mal-Lara a cuarenta mil hombres y noventa mil mujeres, cifras muy generosas y posiblemente calculadas a ojos vista, pero en cualquier caso, eran muchos.


Humilladero de la Cruz del Campo, destino de las primeras estaciones de penitencia
Por otra parte, hay que tener en cuenta el Vía Crucis a la Cruz del Campo, considerado el comienzo de nuestra Semana Santa, lo instituye en 1521 don Fadrique Enríquez de Ribera, primer marqués de Tarifa, a su regreso de un viaje por Tierra Santa. Según una antigua tradición, el via crucis de las "doce estaciones" era el que había seguido a diario la Virgen para recordar el tormento de su hijo. La procesión salía del palacio los siete viernes que componen la cuaresma, rezando los integrantes de la procesión -penitentes y flagelantes con capuchas o nazarenos- tantos credos o padrenuestros como pasos dio Cristo en su pasión. La primera estación se situó en su palacio, que desde entonces sería conocido popularmente como "Casa de Pilatos", dado que fue en el pretorio romano de Jerusalén donde comenzó el camino de Jesús hacia el Gólgota; finalizaba en la Cruz del Campo, en el cual existía además una ermita dedicada a la Virgen de la Soledad, que estaba a cargo de los negros de Sevilla, muy numerosos en este siglo. Diego de Merlo había construido el humilladero en 1482; la cruz actual del templete fue realizada por Juan Bautista Vázquez «el Viejo» en 1571. Este Vía Crucis supuso un hito en la historia de las hermandades de la ciudad, al establecer, por primera vez, un espacio marcado para el desarrollo de la penitencia pública.

Por otra parte, el Concilio de Trento, que se celebró entre 1545 y 1563, recomienda la estación pública, exponiendo la necesidad y ventajas que se derivan del culto a las imágenes, verdadera efigie de Jesús y de su madre y piensa que estas imágenes deben salir a la calle para que el que por su voluntad no entra en la iglesia, al encontrarse con ellas en la calle piense en el momento de la Pasión de Nuestro Señor que esta imagen representa. Su legislación de desarrollo intentó controlar la representación de la Pasión a través de una reglamentación que la jerarquía debía sancionar. Se intentó asegurar este control mediante disposiciones relativas al decoro de imágenes y cortejo, sirviéndose para ello de penas que incluian la excomunión.
La celebración de la Pasión se iniciaba con la la ceremonia de las Señas, en que se tremolaba el estandarte de la cruz en el altar mayor por parte del Chantre. El Domingo de Ramos se organizaba desde la catedral una procesión, en que participaban todas las cruces de las parroquias y que discurría alrededor del templo catedralicio. La ruptura del velo, el miércoles, era la indicación para que las cofradías comenzaran a salir de sus templos, a recorrer la estación de penitencia.

La estación penitencial se realizaba desde el templo donde se residía a varias iglesias o conventos de la collación. Así, por ejemplo, la Vera-Cruz realizaba cinco estaciones, al Convento de San Francisco, a la Catedral, al Salvador, a Santa María Magdalena y al Convento de San Pablo. La Trinidad visitaba seis casas de "Nuestra Señora (...), Nuestra Señora de la Yniestra e la Encarnación y el Socorro de Santa María de las Dueñas, San Salvador, Yglesia Mayor [y] Sancta Maria del Valle."

Los recorridos de cada una no estaban sujetos a orden alguno, lo cual les hacía muy anárquicos. No es hasta el sínodo de 1604 cuando el Cardenal don Fernando Niño de Guevara, ordena que las cofradías hagan estación a la Catedral; para una mayor vigilancia se obligó a que todas las de Sevilla pasaran por la Catedral y las de Triana por la Parroquia de Santa Ana. Así nace la actualmente denominada "carrera oficial", que contribuyó decisivamente no solo a reglamentar las procesiones, sino a institucionalizar la fiesta y la devoción popular. De esa manera, las cofradías sevillanas se dividieron en penitenciales o de luz. Las primeras podían ser, además, de sangre o de disciplina y pretendían promover el culto y la contemplación de la pasión de Cristo.

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