Y todo ello, resignada, con la naturalidad de aquella viejecita, humilde y sencilla, mujer del pueblo, sin conocimientos ni honduras teológicas, a quien yo vi un Lunes Santo, cuando en la plazita de San Gonzalo, Jesús del Soberano Poder ofrece sus manos al beso caliente y amoroso de Sevilla, que absorta ante la Imagen del Señor, en un diálogo íntimo, de corazón a corazón, le decía luego en alta voz al despedirse: "Padre mío, ¡que guapo estás! .
Señor, Tú eres mi Padre, Dios todopoderoso; cómo buscamos los hombres el poder, cómo nos embriaga el poder; cómo nos olvidamos de ti por el poder, cómo te traicionamos por él y ahora Señor, en el silencio de la noche, aquella Plaza que tiene un lugar en Triana, apareces Tú, Señor del Soberano Poder, Señor de mi vida, y con la Majestad del Rey de Cielos y Tierra, emprendes tu camino, no te precederán ejércitos ni lanzas, no te acompañará el recio pisar de los soldados, te pasean ángeles costaleros y regueros de amor y arte, vidas que se ofrecen a ti y no empuñan más armas que mirada Soberana y no hay gritos ni vítores a tus izquierdos valientes, en voz queda de corazón a corazón, del mayor al pequeño, se avisan "ya viene a lo lejos San Gonzalo y su alarde".
Y por eso los ojos te buscan y recorren tu rostro y describen tu fe y buscan con afán las arrugas que lo surcan y quisiera lavar con llanto el barro que te cubre y fundir mi mirada en tu mirada que ofrece ya perdón y cielo y el amor de tu pueblo se hace brisa que alivia tu fatiga y es ese amor y no otro viento el que mueve tu túnica, es ese amor el que cubre de besos tus pies.
COSTALEROS DE DIOS...
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