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domingo, 22 de abril de 2012

FERNANDO "EL DEL RINCONCILLO" LA TABERNA MÁS ANTIGUA DE SEVILLA...(texto:Eduardo Florido)



Con 58 años falleció en la tarde de ayer Fernando Salas Serrano, Fernando el del Rinconcillo, tras una enfermedad hepática. Santa Catalina vuelve a estar de luto con la pérdida de un camarero de otra época, de esa Sevilla que se va desangrando poco a poco y que echará de menos la humanidad que despachaba Fernando desde su rincón junto a los ventanales de la taberna más antigua de la ciudad, esos que dan a la capilla sacramental de la maltratada iglesia y sobre cuyo reflejo ya no se recortará sino el recuerdo imborrable de su figura de tabernero añejo y auténtico. 

Sevillano de nacimiento, y de ejercicio, y sanluqueño de vocación, siempre tuvo el temple que esta tierra dio para mandar en la barra sin perder la compostura ni la tiza, con el buen son del flamenco que amaba desde su paladar para la manzanilla. Fernando era de esa estirpe de taberneros que tienen impregnada la humilde consciencia de su oficio. Por eso siempre supo tratar con la sabiduría que dan los años al cliente guasón y a la bulla apremiante del Domingo de Ramos o la de la tarde sin fin del Corpus Christi. Por eso siempre huyó de la discusión futbolera, pese a su acendrado sevillismo, como terció hacia otra cuestión cuando alguien quiso saber más que él de tal palo o tal cante. Sólo ante los más íntimos o cabales se atrevió a dejar un fandango o una soleá, siempre con la devoción al arte, el de servir en la barra o el del cante por derecho, por encima de la vanidad del artista. Porque Fernando era artista hasta en los andares de futbolista antiguo con que iba y venía por la barra del Rinconcillo o por la Sevilla más auténtica. 


Tenía apego a su profesión porque era su vida. Y significaba todo lo contrario a lo que ahora se estila en la hostelería de franquicia y digitalización del servicio. Junto al antiguo peso del Rinconcillo se colocó la tiza en la oreja a los 16 años y no la soltó hasta antes de esta Semana Santa. Como para discutirle su buen hacer. Los feligreses de Santa Catalina y Los Terceros también disfrutaron de su compañía y de su forma de ver el mundo en el 6:40, aquella tabernita escondida al principio de Alhóndiga. Después de nueve años dejó los huevos a la flamenca y el mero empanado para volver a las espinacas y el arroz choricero. Volvió a su Rinconcillo y se quedó en puertas de su retiro, dorado de manzanilla, en Sanlúcar de Barrameda, como si no hubiera tenido derecho a su jubilación porque no podía despegarse de su barra, de su imperio de sapiencia. Símbolo de una Sevilla que va perdiendo el alma.


Que Dios te tenga en la gloria.



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